Autor; Emmanuel Lawrence

El pastor ebrio, la daga blanca de la Luna, el Sol remontando un aria de fuego, aguas turbias con canciones náufragas o cielos caídos sobre surcos y senaras. El poeta y la obra callan para dar un espacio al eco, el repicar de silencios remotos y voces desde el quicio de la mente y el cuerpo. El pastor ebrio es una colección de poemas, un florilegio de luces ariscas a la mirada, como un haz que ciega pero ilumina sobre cielos de tormenta. Cada poema es una intención del ser, un preludio de las cosas por las cosas mismas, el canto en el ave, el bosque en el árbol, una forma que se participa en la carne, en el pelamen de la bestia o en la madera de viejos árboles. Como tal, todos ellos invitan a la vida misma y ofician el rito, mágico recurso, para llegar a aquello vedado a los sentidos. La poesía, en fin, es otro modo de apelar a lo uno, de visitar la huella fugitiva de los dioses, como dijo el sabio, y entonces no es solo poesía, sino danza, invocación y lamento; baja las formas de su cielo diurno hasta el cuenco de las manos. El lector sabrá encontrarse a sí mismo, saberse uno con algún poema y darle un sentido entrañado en su memoria, en la alegría, en la noche triste o en la herida que no cierra.